Finalizó el
mes de septiembre con el mar de declaraciones gubernamentales en el 67° periodo
de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), evento diplomático institucional de mayor importancia en el orden
contemporáneo. Y, ¿cuáles son sus resultados? Aparte del desfile de
personalidades mundiales, genios y carismas políticos, tendencias
contradictorias y propuestas varias que no encontrarán forma de
materialización, los resultados son los mismos: el performance de virtudes y
problemas de las naciones del mundo y una retórica declaración diplomática
final.
El desencanto
frente a los escasos resultados de las asambleas, encuentros, convenciones
internacionales o sus equivalentes, da cuenta de la ineficacia de estos
mecanismos institucionales para la gobernanza mundial. Sin embargo, ¿cuáles son
las alternativas? Desde la fundación de la Sociedad de las Naciones en el
periodo de la post Gran Guerra (1919), la organización pretendió ser un foro de
dialogo internacional, aspecto a rescatar por su carácter democrático y abierto
a la gestión conjunta de los problemas mundiales, pero que, desde su espíritu
liberal, negó el problema realista de las asimetrías de poder como lo hace el
capitalismo y su discurso de la libre competencia y la igualdad formal.
Sería ingenuo
pensar que las diferencias de poder no se marquen en la participación en los
asuntos y en los organismos internacionales. Incluso institucionalmente existen
“trampas” a su supuesta democracia como queda en evidencia en el Consejo de
Seguridad de la ONU, como aquella “sala del lado”, un poco más discreta y
cerrada, en donde si se discute sobre los asuntos acuciantes de la coyuntura
geopolítica. No obstante, incluso en espacios tan exclusivos como el Consejo de
Seguridad, no se decide nada, puesto que las medidas a tomar muchas veces han
sido predestinadas por la mano invisible que ordena el mundo, la cual podríamos
designar con cientos de nominaciones variables como las de multinacionales,
corporaciones, mafias, coaliciones, etc. grupos de interés que mueven la política
desde la clandestinidad.
Ahora bien,
no se trata de asumir una posición ambigua en la cual por un lado se critique
la ineficacia de éstos espacios y por otro se nieguen sus posibilidades;
simplemente, el reproche apunta a que los espacios institucionales del orden
liberal internacional vigente (como la emblemática ONU), deberían ser algo más
que una organización. Es decir, no se trata de dejar que las cosas se resuelvan
por sí solas en una situación de anarquía global incapaz de autorregularse
(ideología absurda e irresponsable), sino de hacer realidad la idea de
“Naciones Unidas”, título que tiene un significado profundo, pero que hoy
parece haberse olvidado por completo, por lo menos en el seno de todos los
Estados que participan como borregos obedientes, sin crítica constructiva
alguna y sin buscar alternativas posibles.
Fuera de caer
en la ingenuidad del idealismo o en la crudeza realista, la idea del concepto
de “Naciones Unidas” es una posibilidad real para el ejercicio de un nuevo
poder global. El relacionamiento entre naciones (por el canal que sea), entendido como la interacción de conjuntos de
comunidades plurales en dialogo en torno a intereses comunes (como los
movimientos sociales), puede llegar a constituirse en una nueva forma de
integración y fijación de posiciones comunes. Así, la unión sería algo más que
un tenue pegamento institucional para llegar a ser una esfera de acción desde
una perspectiva más amplia y democrática.
Tal propuesta
puede sonar más ingenua que las respetables declaraciones diplomáticas o las
palabras finales de la Asamblea General de la ONU, pero podrían llegar a ser un
mecanismo más eficiente para la toma de decisiones globales. Esto implica crear
posiciones conjuntas a través de bloques o grupos de países por regiones, que
luego se sumarían a las propuestas de los demás miembros partícipes, y que,
sumando fuerzas, podrían llegar a presionar y hacer valer los principios
enunciados de la democracia en la Carta de la ONU.
Obviamente,
la propuesta deberá ser agenciada por los países del sur o emergentes, por los
movimientos sociales o por la sociedad civil organizada, para que rescatemos
conjuntamente el ideario práctico del no alineamiento al poder dominante, cuya
hegemonía se encuentra cada día más debilitada, y así nos decidamos
colectivamente a tener un protagonismo efectivo en la redefinición de los
asuntos de orden internacional.
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