Datos Personales

Colombia
Politólogo-Investigador de la Universidad Nacional de Colombia. Magister en Relaciones Internacionales con mención en Negociaciones Internacionales y Manejo de Conflictos,Universidad Andina Simón Bolívar.

martes, 9 de octubre de 2012

LOS DESAFIOS DE LA SEGURIDAD Y LA DEFENSA PARA VENEZUELA EN EL PRÓXIMO PERIODO DE GOBIERNO DE HUGO CHÁVEZ: Críticas y propuestas para una política pública de izquierda



Hacia la medianoche del 7 de octubre de 2012, las redes sociales comenzaron a difundir miles de comentarios sobre los resultados de la histórica jornada electoral venezolana. El triunfo del carismático presidente Hugo Chávez, paladín del internacionalismo socialista latinoamericano, líder único de la revolución bolivariana venezolana durante sus 14 años, suscitó las más variadas valoraciones que van desde la adhesión acrítica, pasando por el apoyo con reservas, hasta el rechazo y desprecio absoluto. Lo único cierto es que el sistema democrático, basado en la voluntad de las mayorías, se pronunció nuevamente declarando la permanencia de Chávez ahora hasta 2019.
Chávez despierta pasiones contradictorias que, muchas veces, no dejan ver los asuntos de la política venezolana y sus relaciones internacionales desde una perspectiva abierta al debate de las ideas. En particular, los retos de la seguridad y la defensa venezolana constituyen un sensible campo de análisis que se puede prestar a lecturas maniqueas, signadas por tendencias ideológicas y apreciaciones subjetivas, cosa que se puede evitar manteniendo una visión crítica y propositiva.
La seguridad pública de Venezuela, entendida aquí como la capacidad estatal de garantizar la vida de sus ciudadanos y unas condiciones mínimas de estabilidad social, es el campo que mayores problemas presenta a pesar de la revolucionaria transformación de los indicadores sociales[1] que refleja un triunfo sin precedentes. La percepción ciudadana de inseguridad[2] es uno de los aspectos más acuciosos para el gobierno, reflejo de la carencia de lo que se podría llamar una “visión de izquierda sobre la seguridad”, planteamiento necesario en cualquier tipo de gobierno para el manejo de toda expresión de ilegalidad que pueda afectar la convivencia y la vida humana.
Así mismo, prospectivamente la estabilidad social puede llegar a verse amenazada por el incremento de la violencia, la injusticia y la impunidad, a través de fenómenos como la delincuencia común, el tráfico de armas y narcóticos, la proliferación de pandillas y crimen organizado, los motines carcelarios, sabotajes a la producción económica… los cuales hacen presencia en la realidad venezolana. Por ello, éstos problemas de seguridad deben recibir una respuesta institucional desde la Guardia Nacional Bolivariana (no militar) desde una perspectiva democrática (con el acompañamiento de la comunidad) y de respeto de los Derechos Humanos (de carácter no represivo), aprovechando los avances en la generación de una cultura política participativa.
Por otra parte, en lo referente al campo de la defensa, pensada como el mantenimiento de los intereses nacionales ante posibles amenazas del exterior, se mantiene la línea de continuidad que encuentra en los Estados Unidos la principal “amenaza externa”, con el correlato del fantasma golpista (enemigo interno), lo cual sustenta una política exterior realista de búsqueda de equilibrio de poder y preparación para enfrentar una guerra asimétrica, a través del mantenimiento de alianzas geoestratégicas con supuestos opositores del imperialismo (vg. Rusia. Iran o China), participación en espacios regionales como el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), el respaldo de los países del ALBA y acuerdos paralelos con otros países de la región. Tal lectura reduccionista de la defensa de la revolución, descuida asuntos como los  fronterizos, cuyo caso emblemático es la frontera colombiana como escenario de movilización de tráficos ilegales y de actores criminales de distinta índole (paramilitares, delincuencia común, guerrillas, contrabandistas, etc.). 
Retomando la idea del antimperialismo como idea central de la defensa, así parezca una actitud paranoica de Chávez, el fortalecimiento y la modernización de las Fuerzas Armadas (en especial la Fuerza Aérea y Fuerza Naval) y la preocupación ante una eventual  invasión, responde a esa percepción de amenaza que deja de lado la apuesta por la definición de un nuevo rol (social) para las fuerzas armadas, bajo un carácter más democrático y menos guerrerista de cara a las nuevas amenazas, perdiendo terreno ante un fortalecimiento sobredimensionado de su poderío, aparejado con una doctrina de bolivarianización y militarización de la sociedad (a través de las milicias territoriales) que de no acompañarse por el debido control civil, puede llegar a autonomizarse en el mediano plazo ante la posible falta (trágica) de un gobierno que cuente con la suficiente legitimidad que le permita administrar un país altamente polarizado.
Y aunque no es objeto de este análisis reflexionar sobre los asuntos sociales, políticos o económicos que Chávez y la revolución bolivariana tendrán que enfrentar en esta nueva etapa, algunos indicadores señalan que de no apropiárselos desde una perspectiva institucional, podrían convertirse en problemas de seguridad. En lo social, si bien hay un inédito triunfo de las misiones y una lucha frontal y directa contra la desigualdad, todavía falta terreno por recorrer  y se padece de una ausencia de políticas públicas bien planificadas y de largo aliento, déficit institucional que constituye una eventual bomba social; en lo político, los resultados electorales mostraron una relativa pérdida de legitimidad en un amplio sector de la sociedad venezolana que bien puede servir para incubar una mayor polarización e ingobernabilidad; y en lo económico, no se demuestra  un giro en la histórica dependencia petrolera (economía monoexportadora)  ni la apertura hacia nuevos sectores productivos básicos, lo cual deja al país expuesto a las variaciones del precio internacional del crudo. Además, debe agregarse que esto no sería solo un problema de seguridad interna sino también de seguridad regional, en especial para los países vecinos y sus aliados regionales.
En conclusión, los desafíos de la seguridad y la defensa para la Venezuela que seguirá siendo gobernada por Hugo Chávez, son precisamente eso: desafíos políticos, retos a asumir o luchas a enfrentar, como parte de la institucionalización de la revolución socialista dentro de una nueva etapa para el inédito proyecto político izquierdista. De su atención desde medidas de política pública dependen dos posibilidades: el continuismo erosionador de la legitimidad del proyecto político chavista o los ajustes y cambios necesarios para institucionalizar las ideas revolucionarias.
Mientras pasa el tiempo que juzgará sus resultados, el panorama asoma con preocupación en el debilitado campo de la seguridad interna, a la vez que la defensa demuestra una firmeza estratégica que descuida la democratización. Así, la Venezuela bolivariana seguirá constituyendo un necesario faro de referencia para el presente y el futuro de la política de la región latinoamericana.  
Alexander Emilio Madrigal Garzón.
Politólogo Investigador


[1] “Según la Cepal, la pobreza pasó de 47 por ciento en 1999 a 27,8 en 2010. Y la pobreza extrema de 21,7 a 10,7. El analfabetismo cayó de 9,1 a 4,9 en 2011, igual que el desempleo y el empleo informal”, en Los retos de Hugo Chávez en su nuevo mandato en Venezuela, El Tiempo, octubre 7 de 2012, disponible en: http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12287767.html
[2] “Las encuestas indican, de manera repetida y constante, que el principal problema en Venezuela es la inseguridad. En el 2011, según cifras oficiales, se registró una tasa de 50 homicidios por cada 100 mil habitantes, equivalente a 14.092 asesinatos. Pero para el Observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana de Caracas, ese mismo año hubo unos 19.000 homicidios, lo que elevaría la tasa a 67 casos por cada 100.000. Las dos son cifras que igual ponen a Venezuela como uno de los países más violentos del mundo”, en Los retos de Hugo Chávez en su nuevo mandato en Venezuela, El Tiempo, octubre 7 de 2012, disponible en: http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12287767.html

martes, 2 de octubre de 2012

LAS “NACIONES UNIDAS” COMO ALGO MÁS QUE UNA ORGANIZACIÓN: Una propuesta a propósito de la 67° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas




Finalizó el mes de septiembre con el mar de declaraciones gubernamentales en el 67° periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), evento diplomático institucional de mayor importancia en el orden contemporáneo. Y, ¿cuáles son sus resultados? Aparte del desfile de personalidades mundiales, genios y carismas políticos, tendencias contradictorias y propuestas varias que no encontrarán forma de materialización, los resultados son los mismos: el performance de virtudes y problemas de las naciones del mundo y una retórica declaración diplomática final.
El desencanto frente a los escasos resultados de las asambleas, encuentros, convenciones internacionales o sus equivalentes, da cuenta de la ineficacia de estos mecanismos institucionales para la gobernanza mundial. Sin embargo, ¿cuáles son las alternativas? Desde la fundación de la Sociedad de las Naciones en el periodo de la post Gran Guerra (1919), la organización pretendió ser un foro de dialogo internacional, aspecto a rescatar por su carácter democrático y abierto a la gestión conjunta de los problemas mundiales, pero que, desde su espíritu liberal, negó el problema realista de las asimetrías de poder como lo hace el capitalismo y su discurso de la libre competencia y la igualdad formal.
Sería ingenuo pensar que las diferencias de poder no se marquen en la participación en los asuntos y en los organismos internacionales. Incluso institucionalmente existen “trampas” a su supuesta democracia como queda en evidencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, como aquella “sala del lado”, un poco más discreta y cerrada, en donde si se discute sobre los asuntos acuciantes de la coyuntura geopolítica. No obstante, incluso en espacios tan exclusivos como el Consejo de Seguridad, no se decide nada, puesto que las medidas a tomar muchas veces han sido predestinadas por la mano invisible que ordena el mundo, la cual podríamos designar con cientos de nominaciones variables como las de multinacionales, corporaciones, mafias, coaliciones, etc. grupos de interés que mueven la política desde la clandestinidad.
Ahora bien, no se trata de asumir una posición ambigua en la cual por un lado se critique la ineficacia de éstos espacios y por otro se nieguen sus posibilidades; simplemente, el reproche apunta a que los espacios institucionales del orden liberal internacional vigente (como la emblemática ONU), deberían ser algo más que una organización. Es decir, no se trata de dejar que las cosas se resuelvan por sí solas en una situación de anarquía global incapaz de autorregularse (ideología absurda e irresponsable), sino de hacer realidad la idea de “Naciones Unidas”, título que tiene un significado profundo, pero que hoy parece haberse olvidado por completo, por lo menos en el seno de todos los Estados que participan como borregos obedientes, sin crítica constructiva alguna y sin buscar alternativas posibles.
Fuera de caer en la ingenuidad del idealismo o en la crudeza realista, la idea del concepto de “Naciones Unidas” es una posibilidad real para el ejercicio de un nuevo poder global. El relacionamiento entre naciones (por el canal que sea),  entendido como la interacción de conjuntos de comunidades plurales en dialogo en torno a intereses comunes (como los movimientos sociales), puede llegar a constituirse en una nueva forma de integración y fijación de posiciones comunes. Así, la unión sería algo más que un tenue pegamento institucional para llegar a ser una esfera de acción desde una perspectiva más amplia y democrática.
Tal propuesta puede sonar más ingenua que las respetables declaraciones diplomáticas o las palabras finales de la Asamblea General de la ONU, pero podrían llegar a ser un mecanismo más eficiente para la toma de decisiones globales. Esto implica crear posiciones conjuntas a través de bloques o grupos de países por regiones, que luego se sumarían a las propuestas de los demás miembros partícipes, y que, sumando fuerzas, podrían llegar a presionar y hacer valer los principios enunciados de la democracia en la Carta de la ONU.
Obviamente, la propuesta deberá ser agenciada por los países del sur o emergentes, por los movimientos sociales o por la sociedad civil organizada, para que rescatemos conjuntamente el ideario práctico del no alineamiento al poder dominante, cuya hegemonía se encuentra cada día más debilitada, y así nos decidamos colectivamente a tener un protagonismo efectivo en la redefinición de los asuntos de orden internacional.   


lunes, 3 de septiembre de 2012

LA PROLIFERACIÓN DE LA POLÍTICA DE TRATADOS DE LIBRE COMERCIO EN COLOMBIA: Una estrategia insegura en perspectiva latinoamericana


               
En Colombia se habla recurrentemente de Tratados de Libre Comercio (TLC´s) como parte de la agenda de política exterior, a tal punto que, algunos analistas, empresarios y personas del común, se encuentran ya persuadidos de su necesidad e inevitabilidad y los consideran simplemente como una estrategia político-económica que los últimos gobiernos han venido impulsando para la inserción definitiva del país en “el mundo globalizado”.  
Sin embargo, el discurso oficial construido socialmente bajo la idea-valor del “libre comercio” como la fórmula mágica del anhelado desarrollo, presenta un distanciamiento abismal frente a los verdaderos alcances de un TLC, concepto opaco y poco explorado en términos de una realidad como la colombiana, y, por extensión, de la latinoamericana, y su actual ciclo de auge económico de carácter temporal, lo cual arroja interrogantes en torno a la seguridad o posible efectividad de tal estrategia no solo para el país sino para la región en su conjunto.
Un TLC es la forma jurídica como se materializa una negociación internacional en la que se define “un acuerdo entre dos o más países o bloques comerciales en el que se comprometen a cumplir una serie de obligaciones acordadas con el propósito de alcanzar la libre circulación de bienes, servicios e inversiones”[1]. En términos más simples, esto es el establecimiento de un área o zona geográfica sin barreras para el intercambio de bienes[2]. Aunque sea una forma de incentivar el comercio, no es en sí una estrategia de desarrollo (independientemente de los debates sobre su contribución real a las economías nacionales) si no va acompañada de lo que algunos expertos llaman las “agendas complementarias”[3] como forma de enfrentar las asimetrías y rezagos de cada país, más aun cuando hablamos de países con una gran deuda social y distintos niveles de desarrollo.
En el caso de Colombia, el récord de acuerdos vigentes, suscritos y en curso[4], se encuentra alrededor de veinte (20), sin contar la proyecciones del gobierno en regiones como Asía-Pacífico y con otros países desarrollados (v.g. Japón). Dentro de este espíritu aperturista, propio de la década de auge neoliberal de los noventa, el Ministro de Comercio, Industria y Turismo, Sergio Díaz-Granados, afirmó que los recientes acuerdos con Estados Unidos, Corea y la Unión Europea “serán un norte para cumplir las metas de crecimiento, de inversión y de generación de empleo”[5], declaración que refleja la ciega fe del gobierno en tal mecanismo como la fórmula mágica del desarrollo.
Lastimosamente, el optimismo frente a los TLC es  infundado. Como lo señaló José Antonio Ocampo, “el cuento de que los Tratados por sí, traen desarrollo es toda una ficción, no son la ‘panacea’.”[6] No solo no se cuenta con una política de desarrollo (las locomotoras ni siquiera han arrancado) sino que además el país se encuentra retrasado con el cumplimiento de las agendas complementarias (v.g. el tema vial), a tal punto que las empresas reconocen no estar listas para enfrentar tanto TLC[7]. Aunque se celebre cada acuerdo como un nuevo logro de la política de internacionalización de la economía, los hechos indican que existen muchas “deudas con el desarrollo” en términos de una política pública de largo aliento que tampoco se encuentra acompañada de un esfuerzo para asumir los TLC.
Tal situación en perspectiva latinoamericana –si se considera la interdependencia regional- ubica a Colombia y a los demás países de América Latina en una condición de mayor vulnerabilidad frente a los desafíos de la economía internacional. La dependencia del sector minero energético, la producción de exportaciones baratas sin mayor valor agregado, la sensibilidad frente a una caída de los precios de las materias primas o a una crisis económica internacional, entre muchos otros factores, vislumbran el mantenimiento de las mismas condiciones históricas de subordinación global, empujadas por el transfuguismo económico de otros países que siguen la misma política como México, Perú o Chile.   
Así mismo, la alternativa política de la integración latinoamericana para hacer frente a éste panorama, parece verse golpeada no solo por los clásicos factores de compromiso y déficit político-institucional, sino por la proliferación de los TLC que privilegian otra política dentro de una visión de pragmatismo económico que sacrifica la apuesta estratégica por la región.
En conclusión, la proliferación desmedida de TLC’s en Colombia, sin considerar las agendas complementarias ni alternativas de desarrollo regional, constituye una estrategia insegura para el desarrollo nacional y la integración latinoamericana. Es necesario explorar otras rutas, cambiar de modelo de desarrollo, apostarle a la integración y sobre todo tener una estrategia propia y no la impuesta por el juego asimétrico de la economía política internacional.  


[1] Cámara de Comercio de Bogotá, Seminario Los Servicios en los Acuerdos de Libre Comercio, Centro Internacional de Negocios, Apoyo Empresarial para la Internacionalización, Febrero 15 de 2011. Recuperado en: http://camara.ccb.org.co/documentos/7784_serviciosacuerdoslibrecomercio.pdf
[2] Puyo, Gustavo, A propósito del ALCA. Las claves institucionales de la integración, Colección ALCAtemas, No. 11, Bogotá, Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, 2004, p. 19.
[3] Al respecto ver los trabajos del profesor peruano Alan Fairlie Reinoso.
[4] Información disponible en la pagina http://www.tlc.gov.co/index.php
[5] Aprovechamiento de los TLC, tema central de Acuerdo para la prosperidad. Recuperado en: https://www.mincomercio.gov.co/publicaciones.php?id=3574
[6] Los TLC no son la panacea. Recuperado en: http://www.dinero.com/actualidad/economia/articulo/los-tlc-no-panacea/154193
[7] Empresas ni conocen, ni están listas para TLC. Recuperado en: http://www.dinero.com/negocios/articulo/empresas-ni-conocen-ni-estan-listas-para-tlc/151325 

sábado, 18 de agosto de 2012

NO TODOS LOS JÓVENES SON EL PUNTO NEGRO: Una reflexión para las ONG´s



La labor que realizan las organizaciones sociales en los sectores populares es muy importante y sobre todo necesaria para la generación de oportunidades e iniciativas más aún cuando el gobierno ha privatizado esta función pública.
La población juvenil de los sectores populares es muy variada, una gran masa de jóvenes estudiantes, trabajadores, familias enteras que se han ubicado en un territorio marginal por ser sectores accesibles para algunos estratos sociales, compuesto por personas que buscan su desarrollo social y económico, desplazados obligados por la situación de conflicto y violencia por parte de los diferentes grupos de interés, así como también por habitantes que solo buscan zonas cómodas y de bajo presupuesto para hacer su proyecto de vida.
Estos territorios constituyen un punto de encuentro de culturas regionales, ya que sus habitantes cargan con toda la riqueza cultural haciendo territorios diversos. Así mismo, en el territorio se generan subculturas que demuestran un propio estilo de vida de los jóvenes, definitorio de prácticas y comportamientos no siempre bien vistos ni comprendidos por la sociedad.
En general, vivimos una época en donde se presenta una falta de oportunidades en distintos campos debido a la ausencia de iniciativas por parte del Estado y sus gobernantes, la estigmatización juvenil que como fenómeno social viene de la generalización de hechos sensacionalistas y amarillistas por parte de los medios de comunicación, el problema de autoestima e imagen propia que representa una barrera para lograr la creencia en sí mismo y el encuentro de una identidad, etc.
Y aunque es cierto que sí existe una difícil problemática en algunos de los jóvenes, no es válido que por una parte minoritaria de la población juvenil, se estigmatice todo un territorio. En el territorio existen cientos de apuestas por generar un cambio social, jóvenes con proyectos que se alejan del estereotipo del “joven conflictivo” y que son parte de una imagen que no siempre se ve.   
Las iniciativas de las organizaciones sociales son muy importantes pues suplen necesidades sentidas por la comunidad. Sin embargo, las generalizaciones en que se puede caer frente a los jóvenes, contribuyen a mantener la estigmatización y “vender” la mala imagen representada, negando la riqueza y la diversidad.
Con esto no se pretende juzgar ni señalar, sino solamente dejar una reflexión pertinente para todas aquellas organizaciones sociales que realmente se encuentran comprometidas con el cambio social y no solamente con la consecución de recursos que les permite mantener una forma de vida parasitaria que se alimenta de lo social.

jueves, 9 de agosto de 2012

LA JUSTICIA EN LA VULNERACIÓN Y RESTABLECIMIENTO DE DERECHOS EN COLOMBIA: Implicaciones sociales del aplazamiento indefinido de la frustrada reforma



Los medios de comunicación hegemónicos y la falta de una opinión pública activa, quizás sean los responsables de que en Colombia nos dejemos imponer día a día temas coyunturales, unas veces vanos otras tantas tergiversados; asuntos que simplemente pasan y nada dejan en la mentalidad colectiva, olvidando casi totalmente los debates que suscitaron y los escandalosos casos puestos en evidencia como todo lo concerniente al tema de la justicia en Colombia.
Para este país sin memoria de corto ni largo plazo, es preciso entonces retomar uno de estos tantos asuntos, para -por lo menos-, dejar una constancia escrita para que cuando en unos años se vuelva a repetir la discusión no caigamos en la misma visión simplista. El polémico y frustrado acto legislativo “por medio del cual se reforman artículos de la Constitución Política con relación a la Administración de Justicia y se dictan otras disposiciones”, más allá del debate político nacional sobre la quebrantada legitimidad de las ramas del poder público y el cuestionamiento nacional del grado de nuestra institucionalidad democrática, es una valiosa oportunidad para ello y para evaluar el estado del derecho a la justicia en Colombia.
Por esta razón, se propone aquí analizar desde una perspectiva social y con fines académicos si se quiere, las hipotéticas implicaciones del proyecto de reforma a la justicia en torno a la vulneración y el restablecimiento de derechos como última discusión gubernamental sobre el tema, bajo dos escenarios como son la aprobación (frustrada) y la no aprobación (ocurrida) de la reforma como mecanismo jurídico propuesto por el gobierno para solucionar los problemas de la justicia.
Con este fin, en primer lugar es necesario identificar algunos elementos conceptuales del problema de la justicia, para en segunda instancia recuperar el proyecto de reforma y plantear, bajo los escenarios de aprobación y no aprobación de la misma, las implicaciones sociales desde una perspectiva social, para finalmente terminar concluyendo en el reconocimiento del papel de la justicia en el restablecimiento de los derechos vulnerados en Colombia.
La justicia en Colombia: Un problema desatendido
Como categoría política, virtud pública o valor social, el Diccionario práctico de la Lengua Española (1989) sostiene que la justicia “afirma el derecho de cada uno a que le sea reconocido lo suyo o las consecuencias de su comportamiento”. Tal reconocimiento únicamente puede ser social, lo cual otorga a la justicia un lugar cardinal en el orden político. Desde una visión normativa, la filosofía política clásica dice que la justicia “es parte esencial del bienestar” [Platón] y que “ser justo es la cualidad de obrar conforme a las leyes cuando estas tienden a una ventaja común” [Aristóteles][2].
Según el jurista Marco Gerardo Monroy Cabra (2001), el derecho es un “instrumento de convivencia y paz social” de cuya eficacia dependen las relaciones entre la justicia y la sociedad. Así, es claro que la aspiración del derecho es contribuir a una sociedad justa, a través de un aparato de justicia que, entre otros factores: 1) sea capaz de servir como mediador social para la solución de conflictos; 2) cuente con mecanismos de acceso a la justicia, especialmente para las clases populares; 3) propenda por la búsqueda de la mejor solución con base en una interpretación social y principios sociales; y 4) cuente con un control de constitucionalidad ejercido por un órgano independiente y autónomo (Monroy, M., 2001, p. 77).
Trayendo estos principios al contexto colombiano: ¿qué se puede esperar de una sociedad como la colombiana en donde existe un grave déficit de justicia y las instituciones parecen no atender al interés general? Sin necesidad de adentrarse en el debate sobre los problemas de su administración[3], existe un amplio consenso en que “hoy la justicia colombiana se caracteriza por su morosidad y por haberse convertido en un nuevo factor de exclusión social, porque los más humildes no tienen formas reales de llegar a ella y obtenerla” (Martínez, N., 2010, p. 7). De allí la necesidad de atender el problema de la justicia como epicentro histórico del conflicto social, político y armado colombiano, elemento central a solucionar para la cimentación colectiva del desarrollo humano entendido como “el aumento en la cantidad y calidad de las opciones que tienen los habitantes de un país” (PNUD, 2003, p. 99).
Ciertamente, si bien el conflicto colombiano no es el único elemento que explica la situación de inequidad, violencia e injusticia, sus lógicas de degradación “inciden sobre el desarrollo humano de dos modos principales: truncando directamente las opciones de las personas que padecen el conflicto, o afectando el contexto económico, social, político e internacional para el desarrollo” (PNUD, 2003, p. 99).  Es evidente que la situación de injusticia, conflicto y subdesarrollo, convierte al país en un basto campo de acción para la necesaria tarea de construcción de tejido social desde un concepto social de justicia.
Según cifras de 2011 “al comenzar este año había en el país 2 millones 354 mil 560 procesos judiciales. Al día en Colombia surgen 9.500 procesos judiciales. Cada uno de los funcionarios de la rama trabaja sobre 592 procesos por año. El país cuenta con 515 magistrados y con cuatro mil jueces” (Caracol, 2011), lo cual demuestra el desequilibrio entre “oferta y demanda” de justicia pública. Por otra parte, la cifra de impunidad como un indicador de injusticia señala que “esta se ha mantenido en un porcentaje cercano o superior al 90 por ciento” (Holguín, M., 2009), evidenciando la ineficacia absoluta del aparato de justicia.
Sin embargo, el problema de la justicia en Colombia no se limita al desbordamiento y la ineficacia administrativa frente a las necesidades sociales. Un estudio de Laserna y Moreno (2009), analiza algunos aspectos sociales y señala como obstáculos al acceso a la justicia: la falta de información, los costos económicos de la justicia, la corrupción, el formalismo, el miedo y la desconfianza y las demoras procesales. Tal panorama demanda una urgente intervención gubernamental más allá de una mera reforma administrativa.
El Proyecto de reforma a la justicia: ¿era una verdadera solución?
Si bien el problema de la administración de justicia -y en consecuencia la vulneración y no restablecimiento de derechos-, ha sido un asunto institucionalmente desatendido, se agudiza en el periodo de crisis del Estado bienestar, que en el contexto colombiano coincide con la puesta en marcha de la Constitución Política de 1991. Como sostiene Boaventura de Sousa Santos (2001), esta crisis del Estado se manifiesta en su incapacidad financiera, la burocratización, la difusión del modelo neoliberal, la globalización económica, entre otros factores que impactarían en el sistema jurídico, en la actividad de los jueces y en el significado socio-político del poder judicial, acrecentando la sobre-juridización de las prácticas sociales, el surgimiento de otras instancias de solución de litigios sujetas al mercado, la erosión de la legitimidad de los jueces por la complejización de los casos y la crisis de representación política donde la corrupción no encuentra mecanismos de freno (De Sousa Santos, B., 2001, pp. 97-104).   
Pese a tratarse de un asunto tan complejo, la más reciente propuesta presentada por el gobierno de Juan Manuel Santos en agosto de 2011, se planteó como “una reforma constitucional a la justicia que propende por la ampliación de la oferta de Justicia, la mejora en la prestación de este servicio público y la reorganización de la institucionalidad vinculada al sector justicia” (según el Ministerio de Justicia y el Derecho), incluyendo temas que en los debates subsiguientes fueron sufriendo una extraña metamorfosis que los alejaron aún más del tímido propósito inicial, como puede constatarse en el Cuadro 1.

Cuadro 1. Metamorfosis de los temas de la Reforma a la Justicia
Proyecto inicial (Agosto 2011)
Proyecto Final (Junio de 2012)
Solucionar el choque de trenes entre altas cortes causada por la tutela contra sentencias (Represamiento).
Incrementar el presupuesto destinado a la Rama Judicial con  una destinación específica y que termina siendo controlado por el Ejecutivo.
Descongestionar la justicia entregando facultades a particulares, notarios, conciliadores y centros de arbitraje (privatización de la justicia).
Entregar facultades a particulares, notarios, conciliadores y centros de arbitraje para administrar justicia y la posibilidad de cobrar remuneraciones.
Crear la segunda instancia en el Juzgamiento penal de los Congresistas, pero al interior de la misma Sala Penal de la Corte Suprema para delitos cometidos luego de la vigencia de la reforma.
Creación de segunda instancia dentro de los procesos de nulidad electoral de los congresistas. Perdida de investidura: eliminación de 2 causales, violación de régimen de inhabilidades, la que más perdidas de investidura ha causado (39% decretadas).
Equiparar los derechos de las víctimas a los de la Fiscalía y los investigados dentro de los procesos penales.
Eliminada
Eliminar el Consejo Superior de la Judicatura y crear una nueva administración de la rama.
Creación de un nuevo sistema de administración judicial, con buen propósito, pero con una definición de competencias desatinada donde además tendría cabida el Ejecutivo.
Eliminar las competencias nominadoras de las Cortes en los órganos de control.
Eliminada
Incrementar la edad de retiro forzoso de los magistrados.
Ampliación de períodos de los magistrados e incremento de sus edades de retiro forzoso.
Fuente: Elaboración propia con base en Navarrete, J. (2012).

De tal manera, la reforma a la justicia nunca tuvo una propuesta integral al problema. El proyecto privilegió una perspectiva de “ingeniería institucional” centrada en la búsqueda de la eficiencia administrativa y presupuestal, acompañada por “micos” de impunidad en el juzgamiento de congresistas, todo ello en sintonía con un modelo de Estado no comprometido con los asuntos sociales ni con un propósito real de emprender la iniciativa de solución del problema de la justicia como problema social.
Dos escenarios: Implicaciones sociales de la aprobación y no aprobación
Aunque finalmente la propuesta se calló por el escandalo que suscitó en la opinión pública y la reacción de distintos sectores de la sociedad (lastimosamente hoy acallada), esto no significa que una reforma a la justicia no sea necesaria. Aunque la reforma no contenía una solución integral, fue una propuesta discutida por casi dos años y con la que es posible hacer el ejercicio académico de analizar escenarios en términos de sus hipotéticas implicaciones sociales.
El primer escenario es la aprobación. Suponiendo que ésta reforma constitucional hubiese pasado en silencio y entrado en vigencia, ¿cuáles serían sus implicaciones sociales? Para responder este interrogante es preciso tener en cuenta los factores anteriormente citados, explicados por Monroy Cabra, en particular, en lo ateniente a la función de mediación en la solución de conflictos, los mecanismos de acceso, la mejor solución a partir de la interpretación social y el control constitucional.
En efecto, la aprobación de la reforma hubiese desembocado en la negación del derecho a la justicia dado que la propuesta sugería privatizar componentes de su administración negando el acceso, lo que a su vez repercutiría en la resolución de conflictos por causes no institucionales (mayor violencia), pues se crearía una barrera de acceso y parcialidad de una rama del poder que si bien se encuentra congestionada y resulta ineficaz frente al número de casos -y al panorama de conflicto -, ha sido una de las formas democráticas como la ciudadanía ha logrado el restablecimiento de derechos como lo demuestran, por ejemplo, cientos de fallos de acción de tutela en materia de derechos sociales.
Así mismo, la aprobación de la reforma hubiese sido no solo en un revés en términos de exigibilidad de derechos por vía judicial sino también en el juzgamiento de los casos de parapolítica en el estamento que hace las leyes de las que derivan las políticas públicas (fundamento de la acción social del Estado), así como en la capacidad de gestión pública (Estado) y privada (organizaciones sociales y ciudadanía) de iniciativas de defensa de derechos en cualquier nivel de intervención, ya sea individual o colectivo.
Sin embargo, el segundo escenario -el ocurrido-, también tiene unas graves implicaciones sociales. La no aprobación de la reforma a la justicia trae consigo el mantenimiento, sin solución de continuidad, de problemas cuasi-endémicos de la administración de justicia que impedirán construir el tejido social necesario para el desarrollo humano y la construcción de salidas al conflicto.
El represamiento judicial y el problema de acceso a la justicia como derecho, se mantendrán sin un presupuesto y una organización adecuados a las necesidades de funcionamiento, haciendo que la mediación del Estado en los conflictos sociales siga siendo insuficiente y que, a pesar de contar con unos derechos jurídicamente establecidos, estos no se cumplan para todos los colombianos en su compleja realidad.
Recapitulación
El desatendido problema de justicia no es una cuestión netamente jurídica, puesto que tiene que ver con la búsqueda del bienestar social a través de leyes para el bien común; el aparato de justicia debe servir como mediador de conflictos, facilitar el acceso a los derechos, tener criterios sociales para dictaminar la mejor solución y contar con control y autonomía, criterios de justicia que en Colombia chocan con un panorama de ineficacia y exclusión social, agudizados por una situación de conflicto y subdesarrollo (hoy llamado con el sofisma de “desarrollo medio”) que deja al país con la necesidad histórica de trabajar en el restablecimiento de derechos.
El proyecto de reforma a la justicia en ningún momento tuvo una visión de la justicia como un problema social y de restablecimiento de derechos. La lectura del gobierno fue netamente burocrática, pretendiendo atender, mediante ajustes de ingeniería institucional, un problema que encuentra sus raíces en la crisis del Estado de bienestar y la consecuente sobre-judicialización de las relaciones sociales, los efectos del mercado, la crisis de representación y la corrupción, entre otros factores que complejizan el problema y se manifiestan en las alarmantes cifras de ineficacia.  
 Bajo los escenarios de aprobación y no aprobación de la reforma, la sociedad enfrenta un panorama de irresolución del problema. Su aprobación hubiese desembocado en la privatización del derecho mediante la intervención de otros actores parciales, restringiendo el acceso e incentivando la resolución de conflictos por cuases no institucionales. Por su parte, la no aprobación conlleva al mantenimiento de la ineficiencia, el represamiento de casos, el déficit presupuestal, etc., los cuales, en general, impiden la construcción de tejido social para el desarrollo como necesaria salida al conflicto.
El problema de la justicia, su complejidad y los resultados de los dos escenarios del malogrado intento de reforma, dejan al gobierno, a la sociedad colombiana y sobre todo a los sectores críticos de la academia y los medios de comunicación, frente a la responsabilidad de seguir propiciando este debate en el seno de la opinión pública.
Así, todos tenemos la tarea colectiva de contribuir a reconocer y evidenciar socialmente los temas fundamentales para el cambio social y político en la agenda pública, como, en este caso, el papel de la justicia en el restablecimiento de los derechos vulnerados en Colombia.
BIBLIOGRAFÍA:
·         Ministerio de Justicia y del Derecho (2012). Texto aprobado en primer debate de la segunda vuelta en la Comisión Primera de la Honorable Cámara de Representantes al Proyecto de Acto Legislativo No. 143/11 –Cámara- 07/11 Senado -Acumulado con los Proyectos de Acto Legislativo Números 9/11 Senado, 11/11 Senado, 12/11 Senado Y 13/11 Senado. Recuperado de http://www.minjusticia.gov.co/Library/Resource/Documents/ProyectosAgendaLegistaliva/Reformajusticia3951.pdf
·         Caracol (Enero 12 de 2011). La justicia colombiana en cifras: Hay más de 2.3 millones de procesos. Caracol Radio. Recuperado de http://www.caracol.com.co/noticias/judicial/la-justicia-colombiana-en-cifras-hay-mas-de-23-millones-de-procesos/20110112/nota/1410176.aspx
·         De Sousa Santos, Boaventura (2001). Los paisajes  de la justicia en las sociedades contemporáneas. En De Sousa Santos, B. y García, M. El caleidoscopio de las justicias en Colombia. Análisis socio-jurídico. Tomo I. Bogotá, Colombia: Colciencias. Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Universidad de Coímbra CES- Universidad Nacional de Colombia. Siglo del Hombre Editores.
·         Diccionario práctico de la Lengua Española (1989). Bogotá, Colombia: Grijalbo.
·         Holguín, M. (18 de agosto de 2009). Impunidad. Revista Semana. Recuperado de  http://www.semana.com/opinion/impunidad/127545-3.aspx
·         Laserna, D. y Moreno, A. (2009). La Revolución a la Justicia. Recuperado http://novaleguevo.files.wordpress.com/2009/02/revolucion_a_la_justiciafinal.pdf
·         Martínez, N. (2010). Reforma Judicial. El Camino es la Constituyente. En Política Colombiana. Enero – marzo de 2010. Bogotá, Colombia: Contraloría General de la República.
·         Ministerio de Justicia y del Derecho (Julio 9 de 2012). Reforma Constitucional a la Justicia. Recuperado de http://www.minjusticia.gov.co/NewsDetail/792/1/ReformaConstitucionalalaJusticia
·         Monroy C., M.G. (2001). Introducción al derecho. Bogotá, Colombia: Temis.
·         Navarrete, J. (2012). Más allá de una Reforma a la Justicia. En Semanario Virtual Caja de Herramientas. Edición No. 00310, Semana del 6 al 12 de julio de 2012. Bogotá, Colombia: Corporación Viva la Ciudadanía. Recuperado en http://viva.org.co/cajavirtual/svc0310/articulo06.html
·         PNUD (2003). El conflicto, callejón con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia – 2003. Bogotá, Colombia: PNUD.


[1] Alexander Emilio Madrigal Garzón. Politólogo Internacionalista, Universidad Nacional de Colombia. Magister en Relaciones Internacionales mención en Negociaciones Internacionales y Manejo de Conflictos, Universidad Andina Simón Bolívar (Sede Ecuador). Investigador del Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa. http://alexandermadrigal.blogspot.com/
[2] Al respecto ver los planteamientos desde la filosofía y la teoría del derecho de Monroy C., M.G. (2001). Introducción al derecho. Bogotá, Colombia: Temis, p. 76.
[3] Desde una mirada institucional, los problemas en la administración de justicia abarcan temas como “la congestión de los despachos, la mora en los procesos, el limitado acceso de los ciudadanos a una judicial efectiva, la impunidad, el precedente judicial, la tutela contra sentencias y por supuesto la administración de la rama y presupuesto”(Navarrete, J. 2012). No obstante, es preciso resaltar la gravedad de las consecuencias sociales de ésta ineficacia institucional como una traba en la acción de restablecimiento de derechos.

miércoles, 18 de julio de 2012

POLÍTICAS SOCIALES, POPULISMOS Y OPORTUNISTAS EN LA POLÍTICA Y LA SOCIEDAD COLOMBIANA: Problemas de la desigualdad crónica


Colombia, un país ahora declarado como de “ingreso medio alto”, gracias a la temporal bonanza económica latinoamericana, se mantiene como uno de los países más desiguales del mundo[1], lo cual justifica la existencia de políticas sociales como forma de compensación del Estado a los más desfavorecidos del sistema socio-económico. Sin embargo, la desigualdad crónica que adolecen los países de la periferia subdesarrollada o, como dice el sofisma: “en vías de desarrollo” -para que no suena tan grave-, permite que se reproduzcan otras prácticas miasmicas, parasíticas, degeneradas, propias de una sociedad civil y política simplemente enferma.

Suena muy interesante el reciente anuncio de que “el 70 por ciento de la plata que destinará el Estado para inversión el próximo año será para atender el tema social”[2], que se ha roto el record de inversión social y que habrá dineros (en época preelectoral) para tanto desempleado que anda pensando de donde sacar dinero. Ciertamente atractivo se muestra el gobierno nacional de unidad ahora dividida. Repartirán casas, subsidios, bonos… como en un remate de las rentas nacionales. Bueno, tal vez eso es mejor que nada o que la corrupción o que todo el presupuesto se vaya en “gastos de funcionamiento”.

Lamentablemente, las políticas sociales, si bien no son “malas” per se (como piensan algunos que ingenuamente creen en ese capitalismo utópico del libre emprendimiento o aún peor, que los pobres son pobres porque sí), se prestan para prácticas populistas y oportunistas, términos que, valga aclarar, no significan lo mismo. Mientras los populistas (invariablemente de derecha o de izquierda)  son líderes carismáticos que brindan asistencia o apoyo social de forma notable y con fines de legitimación o reconocimiento político, los oportunistas van un poco más allá, pues son parásitos que se alimentan –de tiempo completo-de lo público con fines más mezquinos y miserables.

Estos últimos, los oportunistas (quien se sienta aludido, me excuso por usar tan suaves palabras) habitan en las dos orillas: los que dan, como el político, el funcionario público, el gestor social podrido… que viven de repartir lo que es de todos como una forma de existencia y de mantener un proyecto personal (entiéndase negocio) que se oculta tras un caritativo rostro social; y los otros, los que reciben, los beneficiarios parásitos, las ONG´s caza proyectos, las iglesias… quienes con su mendicidad encuentran en el Estado o es sus fieles su forma de subsistencia.

Antes de que se me diga desconsiderado, resentido o inconsciente, quiero hacer una aclaración. No estoy en contra de las políticas sociales, las defiendo; cualquier persona sensata y conocedora de la realidad social sabe que son necesarias, independientemente de la crítica sobre la forma de funcionamiento y la tergiversación de sus nobles fines, debate que por ahora dejamos sin discutir. No sobra decir que la falta de políticas sociales oportunas y adecuadas a las necesidades sociales ha sido una de las causas del conflicto y de la dolorosa situación que lamentablemente nos es tan cotidiana.

Quiero creer que si la desigualdad crónica que padece el mundo no existiera tampoco serían posibles prácticas oportunistas que se sirven de lo social para sí mismas, contradiciendo la naturaleza colectiva del término.  Tal vez la realidad sea que a una sociedad como la colombiana esto no le importa, que el populismo es la forma como a la gente le gusta la política y que el oportunismo es un valor nacional. Pero hasta que no me convenzan de ello sugiero que pensemos en cómo acabar con el verdadero enemigo (la desigualdad), empezando por no ser parte de la misma degradante cadena.



[1] Según el PNUD en su Informe de Desarrollo Humano 2011, entre 129 Estados de los que se cuenta información, solo hay más desigualdad en Haití y Angola, ocupando el lugar 87 en el índice de desarrollo humano. Al respecto ver: “Colombia solamente supera a Haití y Angola en desigualdad”, en Portafolio, recuperado de: http://www.portafolio.co/economia/colombia-solamente-supera-haiti-y-angola-desigualdad  
[2] Presupuesto de inversión récord: 70% irá para temas sociales, en El Tiempo, recuperado de: http://www.eltiempo.com/politica/monto-para-la-inversion-social-en-colombia_12034362-4

jueves, 7 de junio de 2012

LOS INTERESES EN EL TRATAMIENTO INTERNACIONAL DE LA INFORMACIÓN: Perpetuación de la opacidad en la globalización


LOS INTERESES EN EL TRATAMIENTO INTERNACIONAL DE LA INFORMACIÓN: Perpetuación de la opacidad en la globalización
                
Alexander Madrigal
Escritos desde Icaria (3)

Dentro de los posibles sinónimos del término interés, encontramos tres palabras que me llaman fuertemente la atención: utilidad, ganancia y ventaja. Estos tres sinónimos, que aparentemente no dicen nada, pueden ser válidos para caracterizar el tratamiento internacional de la información. En un tiempo donde los problemas de acceso a los medios de comunicación y difusión de información parecen superados por las tecnologías virtuales, es falso que las barreras se hayan superado y mucho menos que el privilegio de unos pocos (elites) no se perpetúe.  
En primer lugar, el interés como utilidad remite a la dimensión del poder. Los gobiernos nacionales siguen manteniendo el monopolio de la regulación comunicacional, lo cual conlleva actos de censura o distorsión, unas veces, en respuesta a medios oligárquicos que funcionan como empresas familiares que olvidan el concepto de responsabilidad social y política frente a su labor. La información es útil –y necesaria- para los intereses de continuidad del poder; por ello, actividades como las campañas políticas realizan un amplio despliegue de marketing político (v.g. elecciones norteamericanas), confunden a la “opinión pública” con espectaculares declaraciones (v.g. las buenas intenciones de los encuentros internacionales), procuran enredar los hilos del poder para crear una falsa percepción de la política y demostrar así la imposibilidad de cualquier forma de cambio.
En segundo lugar, otro interesante sinónimo de la palabra interés es  ganancia, ligada a la dimensión económica, es decir, al capitalismo, mal llamado economía de libre mercado. La búsqueda de ganancia a través de la manipulación de la información es una de las mejores muestras del oportunismo mercantil. Medios de comunicación privados nos saturan de publicidad basura, farandulizan la noticia (nótese por ejemplo, el uso de la mujer como objeto) y banalizan los hechos hasta el cansancio. Todo ello disimula un rentable negocio de patrocinios económicos y beneficios privados que, obviamente, no tiene por qué involucrar fastidiosas voces disidentes que resultan satanizadas a través de cualquier discurso de moda o simplemente es acallado porque no vende y a su criterio no interesa a nadie.
En tercer y último lugar, interés también significa ventaja, en este caso, ventaja como superioridad o predominio cultural. La forma como se trata la información legitima el orden vigente que se autoproclama como universal y que no toma en cuenta otras visiones del orden social. Otras religiosidades, otras cosmovisiones, otros liderazgos, el otro, no es reflejado sino estereotipado como el criminal (v.g. el inmigrante), lo exótico (v.g. los indígenas), lo disfuncional (v.g. los movimientos alterglobalización), etc.
De tal manera, en la práctica los intereses políticos, económicos y culturales insertos en el tratamiento internacional de la información, niegan el derecho a la comunicación y perpetúan mediante la distorsión y la manipulación, las opacidades de la utilidad política, la ganancia capitalista y el predominio cultural, propias de la globalización en el siglo XXI y que para nada han sido superadas por el orden liberal capitalista.
Si bien por cada una de estas dimensiones (aquí apenas esbozadas), quedan muchos temas y preguntas para el debate, la más importante para mí -como otro ciudadano que simplemente opina- es cómo desarrollar alternativas sostenibles para conseguir socialmente un tratamiento internacional de la información para el interés público, interrogante frente al cual  la respuesta puede estar en el cambio ideológico y la desvalorización del orden vigente.  
             
   Alexander Emilio Madrigal Garzón.
Politólogo Investigador
Universidad Nacional de Colombia
Magister en Relaciones Internacionales
Universidad Andina Simón Bolívar (Sede Ecuador)
aemadrigalg@gmail.com

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