Hacia
la medianoche del 7 de octubre de 2012, las redes sociales comenzaron a difundir
miles de comentarios sobre los resultados de la histórica jornada electoral
venezolana. El triunfo del carismático presidente Hugo Chávez, paladín del
internacionalismo socialista latinoamericano, líder único de la revolución
bolivariana venezolana durante sus 14 años, suscitó las más variadas
valoraciones que van desde la adhesión acrítica, pasando por el apoyo con
reservas, hasta el rechazo y desprecio absoluto. Lo único cierto es que el
sistema democrático, basado en la voluntad de las mayorías, se pronunció
nuevamente declarando la permanencia de Chávez ahora hasta 2019.
Chávez
despierta pasiones contradictorias que, muchas veces, no dejan ver los asuntos
de la política venezolana y sus relaciones internacionales desde una
perspectiva abierta al debate de las ideas. En particular, los retos de la seguridad
y la defensa venezolana constituyen un sensible campo de análisis que se puede
prestar a lecturas maniqueas, signadas por tendencias ideológicas y
apreciaciones subjetivas, cosa que se puede evitar manteniendo una visión
crítica y propositiva.
La
seguridad pública de Venezuela, entendida aquí como la capacidad estatal de
garantizar la vida de sus ciudadanos y unas condiciones mínimas de estabilidad
social, es el campo que mayores problemas presenta a pesar de la revolucionaria
transformación de los indicadores sociales[1]
que refleja un triunfo sin precedentes. La percepción ciudadana de inseguridad[2] es
uno de los aspectos más acuciosos para el gobierno, reflejo de la carencia de
lo que se podría llamar una “visión de izquierda sobre la seguridad”,
planteamiento necesario en cualquier tipo de gobierno para el manejo de toda expresión
de ilegalidad que pueda afectar la convivencia y la vida humana.
Así
mismo, prospectivamente la estabilidad social puede llegar a verse amenazada
por el incremento de la violencia, la injusticia y la impunidad, a través de
fenómenos como la delincuencia común, el tráfico de armas y narcóticos, la
proliferación de pandillas y crimen organizado, los motines carcelarios, sabotajes
a la producción económica… los cuales hacen presencia en la realidad venezolana.
Por ello, éstos problemas de seguridad deben recibir una respuesta institucional
desde la Guardia Nacional Bolivariana (no militar) desde una perspectiva
democrática (con el acompañamiento de la comunidad) y de respeto de los
Derechos Humanos (de carácter no represivo), aprovechando los avances en la
generación de una cultura política participativa.
Por
otra parte, en lo referente al campo de la defensa, pensada como el
mantenimiento de los intereses nacionales ante posibles amenazas del exterior,
se mantiene la línea de continuidad que encuentra en los Estados Unidos la
principal “amenaza externa”, con el correlato del fantasma golpista (enemigo
interno), lo cual sustenta una política exterior realista de búsqueda de
equilibrio de poder y preparación para enfrentar una guerra asimétrica, a
través del mantenimiento de alianzas geoestratégicas con supuestos opositores
del imperialismo (vg. Rusia. Iran o China), participación en espacios
regionales como el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), el respaldo de los
países del ALBA y acuerdos paralelos con otros países de la región. Tal lectura
reduccionista de la defensa de la revolución, descuida asuntos como los fronterizos, cuyo caso emblemático es la
frontera colombiana como escenario de movilización de tráficos ilegales y de
actores criminales de distinta índole (paramilitares, delincuencia común,
guerrillas, contrabandistas, etc.).
Retomando
la idea del antimperialismo como idea central de la defensa, así parezca una
actitud paranoica de Chávez, el fortalecimiento y la modernización de las Fuerzas
Armadas (en especial la Fuerza Aérea y Fuerza Naval) y la preocupación ante una
eventual invasión, responde a esa
percepción de amenaza que deja de lado la apuesta por la definición de un nuevo
rol (social) para las fuerzas armadas, bajo un carácter más democrático y menos
guerrerista de cara a las nuevas amenazas, perdiendo terreno ante un
fortalecimiento sobredimensionado de su poderío, aparejado con una doctrina de
bolivarianización y militarización de la sociedad (a través de las milicias
territoriales) que de no acompañarse por el debido control civil, puede llegar
a autonomizarse en el mediano plazo ante la posible falta (trágica) de un
gobierno que cuente con la suficiente legitimidad que le permita administrar un
país altamente polarizado.
Y
aunque no es objeto de este análisis reflexionar sobre los asuntos sociales,
políticos o económicos que Chávez y la revolución bolivariana tendrán que
enfrentar en esta nueva etapa, algunos indicadores señalan que de no apropiárselos
desde una perspectiva institucional, podrían convertirse en problemas de
seguridad. En lo social, si bien hay un inédito triunfo de las misiones y una
lucha frontal y directa contra la desigualdad, todavía falta terreno por
recorrer y se padece de una ausencia de
políticas públicas bien planificadas y de largo aliento, déficit institucional que
constituye una eventual bomba social; en lo político, los resultados
electorales mostraron una relativa pérdida de legitimidad en un amplio sector
de la sociedad venezolana que bien puede servir para incubar una mayor
polarización e ingobernabilidad; y en lo económico, no se demuestra un giro en la histórica dependencia petrolera
(economía monoexportadora) ni la
apertura hacia nuevos sectores productivos básicos, lo cual deja al país
expuesto a las variaciones del precio internacional del crudo. Además, debe
agregarse que esto no sería solo un problema de seguridad interna sino también de
seguridad regional, en especial para los países vecinos y sus aliados
regionales.
En
conclusión, los desafíos de la seguridad y la defensa para la Venezuela que
seguirá siendo gobernada por Hugo Chávez, son precisamente eso: desafíos
políticos, retos a asumir o luchas a enfrentar, como parte de la
institucionalización de la revolución socialista dentro de una nueva etapa para
el inédito proyecto político izquierdista. De su atención desde medidas de
política pública dependen dos posibilidades: el continuismo erosionador de la
legitimidad del proyecto político chavista o los ajustes y cambios necesarios
para institucionalizar las ideas revolucionarias.
Mientras
pasa el tiempo que juzgará sus resultados, el panorama asoma con preocupación
en el debilitado campo de la seguridad interna, a la vez que la defensa
demuestra una firmeza estratégica que descuida la democratización. Así, la
Venezuela bolivariana seguirá constituyendo un necesario faro de referencia
para el presente y el futuro de la política de la región latinoamericana.
Alexander Emilio Madrigal Garzón.
Politólogo Investigador
[1]
“Según la Cepal, la pobreza pasó de 47 por ciento en 1999 a 27,8 en 2010. Y la
pobreza extrema de 21,7 a 10,7. El analfabetismo cayó de 9,1 a 4,9 en 2011,
igual que el desempleo y el empleo informal”, en Los retos de Hugo Chávez en su
nuevo mandato en Venezuela, El Tiempo,
octubre 7 de 2012, disponible en: http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12287767.html
[2]
“Las encuestas indican, de manera repetida y constante, que el principal
problema en Venezuela es la inseguridad. En el 2011, según cifras oficiales, se
registró una tasa de 50 homicidios por cada 100 mil habitantes, equivalente a
14.092 asesinatos. Pero para el Observatorio Metropolitano de Seguridad
Ciudadana de Caracas, ese mismo año hubo unos 19.000 homicidios, lo que elevaría
la tasa a 67 casos por cada 100.000. Las dos son cifras que igual ponen a
Venezuela como uno de los países más violentos del mundo”, en Los retos de Hugo
Chávez en su nuevo mandato en Venezuela, El
Tiempo, octubre 7 de 2012, disponible en: http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12287767.html