En Colombia se habla recurrentemente de Tratados de Libre Comercio
(TLC´s) como parte de la agenda de política exterior, a tal punto que, algunos
analistas, empresarios y personas del común, se encuentran ya persuadidos de su
necesidad e inevitabilidad y los consideran simplemente como una estrategia
político-económica que los últimos gobiernos han venido impulsando para la inserción
definitiva del país en “el mundo globalizado”.
Sin embargo, el discurso oficial construido socialmente bajo la idea-valor
del “libre comercio” como la fórmula mágica del anhelado desarrollo, presenta
un distanciamiento abismal frente a los verdaderos alcances de un TLC, concepto
opaco y poco explorado en términos de una realidad como la colombiana, y, por
extensión, de la latinoamericana, y su actual ciclo de auge económico de
carácter temporal, lo cual arroja interrogantes en torno a la seguridad o
posible efectividad de tal estrategia no solo para el país sino para la región
en su conjunto.
Un TLC es la forma jurídica como se materializa una negociación
internacional en la que se define “un acuerdo entre dos o más países o bloques
comerciales en el que se comprometen a cumplir una serie de obligaciones acordadas
con el propósito de alcanzar la libre circulación de bienes, servicios e
inversiones”[1].
En términos más simples, esto es el establecimiento de un área o zona
geográfica sin barreras para el intercambio de bienes[2].
Aunque sea una forma de incentivar el comercio, no es en sí una estrategia de
desarrollo (independientemente de los debates sobre su contribución real a las
economías nacionales) si no va acompañada de lo que algunos expertos llaman las
“agendas complementarias”[3]
como forma de enfrentar las asimetrías y rezagos de cada país, más aun cuando
hablamos de países con una gran deuda social y distintos niveles de desarrollo.
En el caso de Colombia, el récord de acuerdos vigentes, suscritos y en
curso[4],
se encuentra alrededor de veinte (20), sin contar la proyecciones del gobierno
en regiones como Asía-Pacífico y con otros países desarrollados (v.g. Japón).
Dentro de este espíritu aperturista, propio de la década de auge neoliberal de
los noventa, el Ministro de Comercio, Industria y Turismo, Sergio
Díaz-Granados, afirmó que los recientes acuerdos con Estados Unidos, Corea y la
Unión Europea “serán un norte para cumplir las metas de crecimiento, de
inversión y de generación de empleo”[5],
declaración que refleja la ciega fe del gobierno en tal mecanismo como la
fórmula mágica del desarrollo.
Lastimosamente, el optimismo frente a los TLC es infundado. Como lo señaló José Antonio Ocampo,
“el cuento de que los Tratados por sí, traen desarrollo es toda una ficción, no
son la ‘panacea’.”[6] No
solo no se cuenta con una política de desarrollo (las locomotoras ni siquiera
han arrancado) sino que además el país se encuentra retrasado con el
cumplimiento de las agendas complementarias (v.g. el tema vial), a tal punto
que las empresas reconocen no estar listas para enfrentar tanto TLC[7].
Aunque se celebre cada acuerdo como un nuevo logro de la política de
internacionalización de la economía, los hechos indican que existen muchas
“deudas con el desarrollo” en términos de una política pública de largo aliento
que tampoco se encuentra acompañada de un esfuerzo para asumir los TLC.
Tal situación en perspectiva latinoamericana –si se considera la
interdependencia regional- ubica a Colombia y a los demás países de América
Latina en una condición de mayor vulnerabilidad frente a los desafíos de la
economía internacional. La dependencia del sector minero energético, la
producción de exportaciones baratas sin mayor valor agregado, la sensibilidad
frente a una caída de los precios de las materias primas o a una crisis
económica internacional, entre muchos otros factores, vislumbran el
mantenimiento de las mismas condiciones históricas de subordinación global,
empujadas por el transfuguismo económico de otros países que siguen la misma
política como México, Perú o Chile.
Así mismo, la alternativa política de la integración latinoamericana para
hacer frente a éste panorama, parece verse golpeada no solo por los clásicos factores
de compromiso y déficit político-institucional, sino por la proliferación de
los TLC que privilegian otra política dentro de una visión de pragmatismo
económico que sacrifica la apuesta estratégica por la región.
En conclusión, la proliferación desmedida de TLC’s en Colombia, sin
considerar las agendas complementarias ni alternativas de desarrollo regional,
constituye una estrategia insegura para el desarrollo nacional y la integración
latinoamericana. Es necesario explorar otras rutas, cambiar de modelo de
desarrollo, apostarle a la integración y sobre todo tener una estrategia propia
y no la impuesta por el juego asimétrico de la economía política internacional.
[1]
Cámara de Comercio de Bogotá, Seminario
Los Servicios en los Acuerdos de Libre Comercio, Centro Internacional de
Negocios, Apoyo Empresarial para la Internacionalización, Febrero 15 de 2011.
Recuperado en:
http://camara.ccb.org.co/documentos/7784_serviciosacuerdoslibrecomercio.pdf
[2]
Puyo, Gustavo, A propósito del ALCA. Las
claves institucionales de la integración, Colección ALCAtemas, No. 11,
Bogotá, Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo,
2004, p. 19.
[3] Al
respecto ver los trabajos del profesor peruano Alan Fairlie Reinoso.
[4]
Información disponible en la pagina http://www.tlc.gov.co/index.php
[5]
Aprovechamiento de los TLC, tema central de Acuerdo para la prosperidad.
Recuperado en: https://www.mincomercio.gov.co/publicaciones.php?id=3574
[6] Los TLC no son la panacea. Recuperado en:
http://www.dinero.com/actualidad/economia/articulo/los-tlc-no-panacea/154193